La vida cultural del Perú reúne tradiciones incas, costumbres indígenas y herencia colonial española en un denso calendario de festividades. Desde las altas cumbres andinas hasta las calles históricas de Cusco, estas celebraciones permiten a los viajeros ver de cerca cómo los peruanos viven la fe, la historia y la comunidad. Ya sea que le interesen las procesiones religiosas, las danzas regionales o los rituales prehispánicos, organizar su viaje en torno a fechas clave le dará mayor profundidad y contexto a su visita.
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A continuación se presentan algunas de las celebraciones más importantes que destacan la historia, la diversidad y las tradiciones vivas del Perú.
El solsticio de invierno en junio marca una de las celebraciones más conocidas del Perú: Inti Raymi, el Festival del Sol. Esta gran recreación de una ceremonia inca honra a Inti, el Dios Sol, y señala el inicio de un nuevo año agrícola en el calendario andino.
Cusco se convierte en el escenario principal. La celebración comienza en Qorikancha (el Templo del Sol), continúa por la Plaza de Armas y culmina en la fortaleza de Sacsayhuamán, en lo alto de la ciudad. Cientos de participantes, ataviados con trajes tradicionales, toman parte en la escenificación, encabezados por la figura del Sapa Inca, llevado en una litera dorada.
Inti Raymi fue en su tiempo la celebración más importante del Imperio inca. Los españoles la prohibieron durante casi 400 años, hasta que intelectuales y artistas cusqueños la revivieron en 1944. Hoy es uno de los festivales indígenas más destacados de América Latina y atrae visitantes de todo el mundo.
Para los viajeros, Inti Raymi ofrece una mirada clara y cuidadosamente coreografiada al ritual y simbolismo del Estado inca. Los trajes, la música, las ofrendas y los discursos están ensayados, pero expresan un fuerte orgullo por el pasado inca de Cusco y su papel como “ombligo” del mundo andino.
En febrero, la ciudad ribereña de Puno se convierte en escenario de la Fiesta de la Candelaria. Reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, esta celebración de dos semanas honra a la Virgen de la Candelaria, patrona de Puno, y muestra la riqueza de la danza y la música del altiplano sur.
El festival combina la devoción católica a la Virgen con la antigua reverencia andina a la Pachamama (Madre Tierra). Más de 40.000 danzantes y músicos llenan las calles con trajes elaborados, interpretando coreografías que evocan mitos andinos, episodios de la época colonial y escenas de la vida cotidiana.
Una de las danzas más reconocibles es la Diablada. Bailarines con pesadas máscaras de diablos y trajes bordados representan un drama moral entre el bien y el mal. Zampoñas, charangos, bandas de bronce y tambores acompañan las procesiones desde el día hasta la noche.
Lo que distingue a Candelaria es su escala y diversidad. Llegan grupos de comunidades de todo el Altiplano, cada uno con su propia coreografía, vestimenta y estilo musical. Para los visitantes, es una introducción intensa al papel de Puno como capital del folclore peruano y a la fuerza de la identidad regional en torno al lago Titicaca.
En las alturas andinas de Cusco, poco antes de Corpus Christi, miles de peregrinos participan en Qoyllur Rit’i, la peregrinación de la Estrella de Nieve. El nombre proviene del quechua y alude a una estrella que, según la tradición, se veía sobre el glaciar. Hoy la peregrinación combina la devoción católica al Señor de Qoyllur Rit’i con el culto andino a las montañas.
Los peregrinos caminan hasta el valle de Sinakara, a unos 4.700 metros de altitud, al pie del macizo del Ausangate. Llegan para venerar tanto la imagen de Cristo en un pequeño santuario como a los apus, o montañas sagradas, que rodean el lugar.
En el centro de la celebración están los Ukukus, danzantes enmascarados que visten gruesas prendas de lana y representan una figura mitad hombre, mitad oso del imaginario andino. Tradicionalmente, los Ukukus subían de noche al glaciar para cortar bloques de hielo considerados protectores y curativos. Debido al cambio climático y al retroceso del glaciar, estas prácticas han cambiado, pero los Ukukus siguen siendo guardianes del orden y de la devoción.
Durante la noche, los grupos de danza rodean el santuario, las velas y antorchas iluminan el valle, los fuegos artificiales estallan sobre las montañas y el sonido de los instrumentos andinos se expande por las laderas. Las condiciones son duras: aire delgado, frío intenso y servicios básicos. Para los viajeros que realizan el trayecto con la preparación y el respeto necesarios, Qoyllur Rit’i ofrece una visión cercana de la religiosidad andina que precede a la época colonial y se ha adaptado al presente.
A mediados de julio, el pequeño pueblo colonial de Paucartambo, al este de Cusco, celebra durante tres días la festividad de la Virgen del Carmen, cariñosamente llamada “Mamacha Carmen”. El evento es menos conocido internacionalmente que Inti Raymi o Candelaria, pero está entre las fiestas más complejas y visualmente impactantes del sur andino.
Participan hasta 19 comparsas, cada una representando a un grupo concreto de la historia andina y colonial. Entre los personajes enmascarados se encuentran los Qhapaq Qolla (comerciantes de las alturas), los Saqras (demonios traviesos) y los Doctorcitos (doctores satíricos), entre otros. A través de sus danzas y pequeñas escenas teatrales comentan el poder, la fe, las jerarquías sociales y el encuentro entre pueblos indígenas y autoridades coloniales.
Uno de los momentos más llamativos llega cuando los danzantes suben a los techos mientras la imagen de la Virgen recorre el pueblo en procesión, en un gesto que busca protegerla a ella y a la comunidad. El último día incluye una visita al cementerio para honrar a los devotos fallecidos y una batalla escenificada entre ángeles y demonios en el puente principal.
Paucartambo recibe grandes multitudes y solo cuenta con alojamientos y servicios sencillos. Aun así, para quienes se adaptan a estas condiciones, la fiesta brinda una experiencia intensa de devoción andina, sátira y memoria comunitaria.
El Carnaval se celebra en todo el Perú, pero la ciudad norteña de Cajamarca es ampliamente considerada el principal centro de las festividades previas a la Cuaresma. Durante los cinco días antes del Miércoles de Ceniza, las calles y plazas se llenan de desfiles, música y juegos.
Uno de los rasgos más distintivos es el juego de agua del carnavalón. La gente se lanza agua, polvos de colores y a veces pintura, en una práctica asociada a la limpieza, la fertilidad y la liberación social. Durante estos días, las jerarquías habituales se relajan y tanto vecinos como desconocidos participan en la diversión.
Otro elemento clave es la ceremonia de la yunza o corta-montes. Se planta un árbol adornado con regalos y serpentinas, alrededor del cual las parejas bailan. Los participantes se turnan para golpear el tronco con un hacha hasta que cae. La persona que asesta el último golpe asume la responsabilidad de organizar la yunza del año siguiente, lo que refuerza los lazos y compromisos dentro de la comunidad.
Además de estos rituales, el Carnaval de Cajamarca incluye carros alegóricos, comparsas disfrazadas, bandas y la elección de una Reina del Carnaval. Abundan los platos típicos y la chicha de maíz. Quienes asistan deberían llevar ropa y calzado que no les importe mojar o manchar, y estar preparados para unirse al juego si se acercan a las zonas más animadas.
El 28 de julio se celebra el Día de la Independencia del Perú, en recuerdo de la proclamación de independencia de España realizada por el general José de San Martín en 1821. La fecha se festeja en todo el país, con los eventos oficiales más grandes en Lima.
Las celebraciones suelen empezar la noche del 27 de julio con la Gran Serenata, un concierto en el centro histórico de Lima con la participación de reconocidos músicos peruanos. Los fuegos artificiales iluminan las plazas de muchas ciudades y pueblos, y numerosas familias se reúnen para compartir comidas especiales.
En la mañana del 28, se realiza el izamiento de la bandera en plazas de todo el país. En Lima, el Presidente dirige su mensaje anual al Congreso. Suele seguir un desfile militar, en el que miembros de las Fuerzas Armadas, la policía y brigadas escolares marchan por una avenida principal.
Fuera de las ceremonias formales, el Día de la Independencia es también una ocasión para resaltar la música, la danza y la gastronomía regionales. Familias y amigos suelen preparar pachamanca, ceviche, carnes asadas y postres, acompañados de bebidas a base de pisco.
Para los visitantes, estar en el Perú el 28 de julio significa observar cómo se entrelazan la vida cívica y la sociabilidad cotidiana: banderas en casas y buses, menús especiales, pequeños desfiles locales y reuniones barriales tanto en grandes ciudades como en pueblos andinos.
Cada junio, las comunidades de cuatro pueblos del distrito de Quehue, en Cusco, se reúnen para reconstruir el puente colgante de Qeswachaka sobre el río Apurímac. Este evento de tres días preserva una técnica de ingeniería de época inca que se ha mantenido en uso continuo.
Semanas antes, las familias cosechan la hierba q’oya. Los hombres la tuercen para formar delgados cordeles y las mujeres trenzan esos cordeles para hacer sogas más gruesas. Bajo la guía de maestros constructores de puentes, estas sogas se combinan para formar los cables y pasamanos. El trabajo se realiza como faena comunal (minka), acompañado de ofrendas a la Pachamama y al río.
Cuando el nuevo puente queda terminado, los miembros de la comunidad lo cruzan juntos como prueba pública de su resistencia. La estructura mide aproximadamente 36 metros de largo y cuelga a unos 18 metros sobre el río. Más que un simple cruce funcional, es un símbolo de memoria colectiva y del valor que se concede al conocimiento ancestral.
La UNESCO reconoció la tradición del puente Qeswachaka como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2013. Los viajeros que lo visitan en el momento oportuno pueden observar el proceso de construcción y, en algunos años, cruzar el puente terminado con autorización de la comunidad.
Disfrutar de los grandes festivales del Perú requiere planificación y cierta flexibilidad. Tenga en cuenta los siguientes puntos al organizar su viaje.
Revise bien las fechas. Muchos festivales se rigen por fiestas móviles del calendario católico o por ciclos agrícolas locales, de modo que las fechas pueden variar un poco cada año. Confirme con antelación, especialmente para Inti Raymi (24 de junio), Qoyllur Rit’i (finales de mayo o junio) y Candelaria (febrero). Para eventos grandes, reserve vuelos y hoteles con varios meses de adelanto, sobre todo en Cusco y Puno.
Prepárese para la altura y el clima. La mayoría de festivales en la sierra se celebran en temporada seca (de mayo a septiembre), cuando el cielo está más despejado pero las noches son frías. Lleve ropa por capas, protector solar, gorro, una casaca ligera impermeable y calzado firme para calles empedradas o senderos de montaña. Si usted no está acostumbrado a la altura, deje tiempo para aclimatarse antes de realizar caminatas largas u otras actividades exigentes.
Respete las costumbres locales. Muchas celebraciones son, ante todo, actos de devoción para las comunidades anfitrionas. Durante las misas y procesiones, mantenga un perfil bajo, evite bloquear el paso de los participantes y pida permiso antes de fotografiar a las personas. Aprender algunas palabras en quechua suele abrir puertas y demostrar respeto.
Considere contratar un guía local. Un buen guía puede explicar símbolos, trajes y el orden de los eventos, además de ayudarle a moverse por las multitudes. Esta información de contexto marca la diferencia entre simplemente “ver un desfile” y comprender cómo una fiesta se integra en la historia e identidad de la comunidad.
Sepa cuándo participar y cuándo observar. Algunos festivales invitan a los visitantes a unirse a juegos y bailes; otros mantienen un carácter más reservado y ceremonial. Antes de intervenir, observe cómo actúan los pobladores, pida orientación y siga las normas y recomendaciones de la comunidad.
Los festivales del Perú no son espectáculos creados solo para el turismo. Son eventos comunitarios que han cambiado con el tiempo pero siguen siendo centrales para la vida local. Acercarse a ellos con curiosidad, preparación y respeto hará que su viaje sea más enriquecedor y contribuirá a apoyar a quienes mantienen vivas estas tradiciones.
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